Nuevas Lecturas, Nuevas Escrituras
Por la Profesora Avril Nuche.
Doctorado en Neurociencias del Comportamiento
Facultad de Psicología UNAM, Hospital
General de México.
Docente del Sistema Ejecutivo y Escolarizado en Universidad Humanitas,
de la materia Procesos Biológicos Básicos.
Bien entrados
en la segunda década del siglo XXI la Internet es un fenómeno social que ha
permeado en casi todos los aspectos de la humanidad. En este siglo, las redes
sociales han sido medios de comunicación e interacción tan real y efectiva que
han logrado tirar dictaduras y logrado cambiar el curso de los procesos
electorales en varios países, incluyendo el nuestro. La información en nuestra
época fluye a raudales con tanta velocidad que tal vez ni siquiera seamos
capaces de seguirla por completo. Todas estas nuevas formas de interacción y
comunicación no solamente han permeado en lo político, lo social o lo
científico, sino que también han llegado a invadir nuestros procesos psicológicos
y cognitivos, logrando cambiar nuestro concepto de distancia, presencia, ausencia,
y por supuesto, nuestro concepto del tiempo.
Nuestro cerebro
se adapta rápidamente a los cambios, esa es su función principal, ayudarnos a
sobrevivir a los cambios del medio ambiente. En este contexto, el cerebro de las
personas que utilizan todas estas nuevas formas de comunicación, han tenido que
adaptar sobre todo sus procesos de lectura y escritura a las nuevas exigencias
del medio virtual.
Las redes
sociales, las plataformas de mensajería instantánea, el correo electrónico y
los blogs han hecho que el lenguaje escrito se convierta en un sistema de
comunicación mucho más vivo, informal y cotidiano, desembarazándolo de la
formalidad y dejándolo a expensas de las necesidades inmediatas de comunicación
de los hablantes. Las nuevas formas de escritura -y lectura- que se están
generando a partir de la necesidad de una comunicación escrita mucho más rápida
y asertiva, nos hacen poner atención sobre la manera en la que nuestro cerebro se
adapta para leer y escribir.
¿Cómo lee nuestro cerebro? El modelo de la ruta dual y los sistemas
ortográficos.
El lenguaje
oral es una cualidad innata que existe en el ser humano hace por lo menos unos
40,000 años. Sabemos que basta con exponer a un niño a una comunidad lingüística
para que éste aprenda las reglas de la lengua en la que está inmerso, a
diferencia de la lectura y la escritura, que son de los procesos más jóvenes
que el ser humano ha desarrollado. Los primeros alfabetos que se conocen datan
de hace 3,000 años y a la fecha definitivamente no podemos decir que éste sea
un proceso común a todas las culturas y sociedades. Es por esto que nuestro
cerebro aún no cuenta con una zona específica y especializada sólo para la
lectura, como la tenemos para la vista o el lenguaje oral. La forma en cómo el
cerebro se organiza para leer y escribir requiere de muchas estructuras que
originalmente se dedican a otra cosa, y que “prestan su servicio” al proceso de
la lectura.
Como bien nos
dice el Dr. Josep Artigas, de la universidad de Barcelona, “el cerebro humano es
lingüístico, pero no es literario”. Por esto es importante tener en cuenta que
el cerebro de un joven o adolescente que tenía contacto con las “letras” hace 3,000
años, no era distinto cualitativamente del que tienen nuestros niños en el
colegio. “La pretensión de que todos los individuos deberían ser igualmente
hábiles para el aprendizaje de la lectura, tiene el mismo significado que
pensar que toda la humanidad actual debería estar bien dotada para la
informática o para jugar al golf.” Es por esto que cuando hablamos de la
lectura, hablamos de un proceso cognitivo que está en constante cambio y
evolución, que se relaciona y depende en gran parte del sistema ortográfico que
se quiere decodificar.
Los sistemas ortográficos se pueden entender como un
continuo, desde los no alfabéticos conocidos como opacos, hasta los más
transparentes, en donde cada grafía corresponde a un sonido de la palabra
(fonema), de forma que las palabras pueden pronunciarse perfectamente aunque no
se conozca la lengua. Estos sistemas son tan distintos que nuestro cerebro no puede
leerlos de la misma forma.
El mejor ejemplo de los sistemas opacos es el del
chino, que utiliza grafías o caracteres no alfabéticos compuestos de
“pinceladas” que son escritas juntas para representar una palabra. Estos
sistemas de escritura también se conocen como ideográficos y se leen a partir de
la llamada ruta léxica para la lectura. Esta ruta nos permite acceder al
significado directamente desde la grafía, por medio de la asociación directa de
la forma escrita o visual con el significado de la palabra, sin pasar por la
representación fonológica, es decir, por la palabra.
Para los que no dominamos el chino, lo más cercano es
tal vez, cuando leemos las señales de tránsito o los logotipos de marcas ya muy
bien conocidas e instaladas en nuestra memoria. Sin embargo, al parecer las
grafías del chino sí contienen algo de información sobre la pronunciación de
las palabras, aunque según los lectores de esta lengua, es imposible conocer
qué componente dentro de una grafía nos da la información fonética y cuál nos
da información sobre el significado. Para leer un caracter correctamente, el
lector debe conocer la pronunciación de éste como un todo, es decir, se la debe
saber “de memoria”. En otras palabras, leer en chino es siempre ir directo de
la grafía al significado sin poder dividir en sonidos o en sílabas una palabra.
Es por esto que el cerebro de una persona que se considere alfabetizada en esta
lengua tiene que poder recordar, por lo menos, unos 3,000 de los
aproximadamente 40,000 caracteres que existen.
La segunda ruta que los psicólogos cognitivos han
explicado es la ruta fonológica, o fonémica, que como su nombre lo indica nos
permite hacer una correspondencia inmediata entre cada signo o letra (grafema)
y cada sonido de la lengua (fonema). Esta ruta se puede entender desde el
extremo contrario a la léxica, porque más que memorizar, debemos identificar
cada grafema y poder hacer la asociación directa con cada fonema que le
corresponda, además de utilizar toda nuestra atención y nuestra capacidad para
mantener en nuestra memoria de trabajo (que es como la memoria temporal o la
memoria RAM de las computadoras) la información de toda las letras y palabras
leídas, hasta conformar frases y oraciones que nos vayan haciendo sentido
conforme las vamos descifrando.
Los sistemas que utilizan esta ruta son todos los que
poseen un alfabeto. Aunque pocos han logrado obtener una correspondencia
transparente con su lengua oral, debido a que como bien decía el padre de la
lingüística contemporánea, Ferdinand de Saussure: “la lengua evoluciona sin
cesar, mientras que la escritura tiende a quedar inmutable”. Esto quiere decir
que a lo largo de la historia, los hablantes no han podido modificar los
sistemas de escritura tan velozmente como se van modificando sus propias
lenguas orales. Casi todas las lenguas europeas tienen correspondencias
irregulares entre los grafemas y los fonemas que intentan representar. O mejor
dicho, la forma en la que escriben las palabras ha cambiado muy poco desde hace
varios siglos. Es por esto que sus lectores tienen que utilizar ambas rutas
para poder leer y escribir su lengua, por lo que además de reconocer los
fonemas tienen que aprender de memoria la manera en la que deben escribir las
palabras, como en el inglés o el francés, por ejemplo.
Existen algunos sistemas alfabéticos que se han
intentado regularizar con la lengua oral, como el Hindi o Devanagiri (lengua de
origen hindú), el alemán, el holandés, el italiano y el español. Pese a que
ninguna de estas lenguas es completamente regular (puesto que todavía
resguardan palabras que tienen que ser reconocidas por la vía léxica, como el
hecho de los verbos irregulares en el español), todas ellas son consideradas
escrituras transparentes. Recientemente se han creado sistemas de escritura
para las lenguas que no poseen sistemas originales, mismos que de manera
intencional se han diseñado con una correspondencia uno a uno con los sonidos
de la lengua, tal es el caso del turco y de los sistemas ortográficos de las
lenguas indígenas mesoamericanas como el Maya, el Zapoteco, el Mixe o el
Náhuatl. Sin embargo, no todas las lenguas poseen una academia de la lengua que
se dedique a “fijar, pulir y dar esplendor”, es por esto que los tipos de
sistemas ortográficos son aún tan diversos como las lenguas mismas. De aquí se
desprende una idea fundamental en cuanto a los procesos de lectura y escritura:
puesto que sabemos que no podemos hablar de ellos como procesos acabados y universales,
es importante tener en cuenta que las diferencias que existen entre los
sistemas ortográficos de las lenguas y los cambios que surjan en estos, generarán
cambios y consecuencias en los procesos cognitivos de los lectores.
La escritura en la era del Internet
Pero cuando hablamos de leer, no hablamos de
escribir. El proceso de la escritura es muy parecido, pero no es igual. En la
escritura se parte desde una idea que queremos redactar. Redactar no es fácil
pues no contamos con la ayuda de los gestos ni de las entonaciones que nos
puede dar el lenguaje oral. Para darle el sentido que queremos a nuestro texto,
es preciso buscar la forma con sólo palabras y desarrollar una idea de
principio a fin. Es ahí donde la ruta fonológica nos sirve mucho pues nos
permite escribir palabras que nunca habíamos escrito, que sólo habíamos
escuchado e incluso crear palabras nuevas de la misma manera que las creamos en
la oralidad. Es decir, que en cuanto se nos ocurra una nueva palabra como: “guglear”
o “feisbuquear”, puedo escribirla tan fonéticamente que el significado se
entienda a través del sonido, incluso cuando hablo con préstamos del inglés.
Es aquí donde me parece interesante el hecho de que
nuestros sistemas de comunicación, cada vez más instantáneos y sobre todo más
cotidianos, se basen en la lengua escrita. Independientemente de lo que se
escriba, el hecho de escribir de manera cotidiana y para comunicar cualquier
situación, hace que la lengua escrita se re signifique. ¿Qué caso tiene
escribir dos letras, “q” y “u”, cuando la cantidad de caracteres es crucial,
cuando no tengo espacio, cuando me cobran el caracter y cuando me tardo más en
escribirlos? Es lógico y más sencillo cambiarlos por uno solo, la “k” que no
cambia el significado y que me funciona mejor. En el caso de los franceses, por
mencionar un ejemplo, que siempre han tenido tantos problemas para la
ortografía, porque como ya decíamos, buena parte tienen que aprenderla de
memoria, han decidido que simplemente pueden escribirla como suena (utilizando
la conciencia que poseen de cada fonema) y que no les interesa si sigue siendo
igualito a como lo escribió Víctor Hugo, les interesa escribir menos, rápido y
sobretodo, que el otro les entienda.
La mayor ventaja para los lingüistas e historiadores
de los próximos siglos, es que esta vez sí tendrán documentación de cómo la
lengua ha ido cambiando y no tendrán que ir por ahí hipotetizando como lo hacen
sobre ese eslabón perdido y misterioso del que nadie escribió nunca: el latín
vulgar (lengua de la que sólo puede suponerse a través de su origen, el latín
culto, que era el único permitido para la escritura, y sus lenguas
consecuentes, las lenguas romances). A mi parecer, la escritura fonética
aparece como una evolución y una consecuencia obvia ante la necesidad
comunicativa de los hablantes y los cambios culturales. Tal como todos los
cambios en las lenguas orales a lo largo de la historia. Por eso creo que aún
nos falta mucho por ver lo que sucederá con los sistemas de escritura
contemporáneos y con la forma en la que los lectores deciden utilizar una ruta
u otra para la lectura y la escritura.
Pero el fenómeno no acaba ahí. Porque escribir una
carta para solicitar un préstamo al banco siempre empezará y terminará igual, pero
lograr la atención de todos (o de algunos por lo menos) en ‘feisbuk’ o en ‘tuiter’,
requiere de mucha más astucia. Uno tiene que poder comunicar una idea completa,
ser claro, certero y sobretodo, taquillero en tan sólo 140 grafemas. Esto
requiere no sólo de ahorrar uno que otro caracter, sino de ser capaz de
sintetizar la información y de encontrar las palabras correctas para generar la
reacción deseada. Esto no era fácil cuando uno tenía años para escribir una
novela. En el ciberespacio, si uno no puede hacerlo en tiempo real, simplemente
no pasará nada. Es aquí donde el fenómeno toma tintes literarios, no sólo
psicolingüísticos, y es donde todos comenzamos a percatarnos de nuestra
capacidad para comunicar sentimientos e ideas sólo con letras, y entre menos
mejor. El reto es grande, pero los tuitstars
han llegado para demostrar que es todo un arte y nos dan mucho qué pensar sobre
cómo es que se puede mantener un personaje, un estilo literario y una audiencia
a través de frases cortas, sean o no fruto de la proyección personal o de la creación
literaria.
La tuiteratura
que básicamente se trata de crear literatura en cada tuit, es un reto a la creatividad humana y al proceso comunicativo.
140 espacios en blanco son muy pocos, pero es lo que hay y que saber
aprovecharlos. Los tuits callejeros
son un fenómeno interesante, porque nos hacen percatar de hasta dónde está
permeando el proceso cognitivo. No se trata de la plataforma o del software que
estamos usando, sino de una nueva forma de comunicación que nos permita lanzar
ideas, conexas o inconexas, pero muchas veces bajo un mismo estilo y con una
intención bien definida. Viéndolo así, no me parece extraña la intención de
hacer un libro con una buena compilación de “mis mejores tuits del año”, porque
el libro nos da todo ese tiempo que nos hace falta en el ciberespacio para
contemplar el estilo y las ideas, como un continuo y desde otra perspectiva.
Aún nos falta mucho por ver y por descubrir, pero que
no nos quede duda de que los cambios que surgen en la cultura afectarán de
alguna forma nuestros procesos cognitivos e irán dejando huella en nuestro
cerebro y éste a su vez, nos adaptará cada vez más a lo que nos exija el
ambiente, así que nadie se sorprenda si en el próximo siglo las cartas al banco
se terminan con un educado y formal: XOXO J.
-Ardila
A., There
is not any specific brain area for writing:From cave-paintings to computers. INTERNATIONAL JOURNAL OF
PSYCHOLOGY, 2004, 39 (1), 61–67.
-Artigas-Pallarés J., Dislexia:
enfermedad, trastorno o algo distinto. REV NEUROL
2009; 48 (Supl 2): S63-S69.
-Galaburda
A.M., Cestnick L., Dislexia del desarrollo, REV NEUROL 2003; 36 (Supl 1): S3-S9.
-Saussure F., Curso de Lingüística General.
Trad y notas Mauro Armiño, 2ª. Ed. Fontamara, 2010.
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