La economía del siglo XXI
A
los economistas se les ha ridiculizado por haber sido incapaces de prever
cambios trascendentales en el paisaje financiero y no haber advertido las
señales de una catástrofe repentina del mercado de valores. Pero ahora, en los primeros
años del tercer milenio, han surgido cuestionamientos más básicos que afectan
los cimientos mismos de la disciplina: resulta demasiado difícil ignorarlos.
El
primero es el hecho de que sus doctrinas clave, las que encarnaron John Maynard
Keynes y Milton Friedman, fueron probadas hasta hacerlas añicos a lo largo del
siglo XX, con frecuencia con resultados desagradables.
El
segundo es un problema más básico. Desde los primeros días de la disciplina, la
economía ha confiado más o menos en la idea de que los seres humanos se
comportan de forma racional, a saber, que siempre actúan buscando su propio
beneficio y que el conjunto de esas acciones, en un mercado que funcione
plenamente, hará a la sociedad más próspera.
Sin
embargo, esto no explica por qué las personas con tanta frecuencia toman
decisiones que a todas luces van en contra de su propio interés. Una muerte
prematura no beneficia a nadie, pero a pesar de todo la información disponible
acerca de los peligros de la obesidad y el cáncer de pulmón, la gente continúa
fumando y comiendo alimentos ricos en grasas. Argumentos similares se han
planteado a propósito del cambio climático y la polución provocada por el
hombre.
Nuevas
disciplinas como la economía del comportamiento han revelado que la mayor parte
del tiempo las personas toman sus decisiones basándose no en lo que más les
beneficia, sino en la heurística (reglas generales fruto de su propia
experiencia) o por imitación.
Un enfoque ecléctico
A la
luz del hecho de que las personas no siempre actúan de forma racional, es
probable que en el futuro los legisladores adopten una perspectiva más
paternalista. De hecho, por ejemplo, existen ya propuestas para que se regule
el mercado hipotecario de manera más rigurosa de modo que a los consumidores les
resulte menos fácil tomar decisiones que vayan en contra de sus intereses a
largo plazo.
La
economía se encuentra en un proceso de evolución que plantea un cambio radical
de perspectiva: de una fe casi ilimitada en la capacidad de los mercados para
decidir el mejor resultado se camina hacia una disciplina que cuestiona
precisamente que los mercados siempre tengan esa capacidad. Como la novela
moderna, que en lugar de limitarse a un único discurso, escoge con eclecticismo
entre una variedad de estilos diferentes, la economía del siglo XXI habrá de
elegir elementos del keynesianismo, el monetarismo, la teoría de los mercados
racionales y la economía del comportamiento para crear una nueva fusión.
El malestar hipotecario
La
economía convencional da por sentado que las personas tienen la habilidad para
seleccionar el producto que mejor se adecua a sus intereses a pesar de la
complejidad de esta tarea. Que este supuesto carecía de validez lo demostró el
auge de los mercados inmobiliarios de comienzos del siglo XXI.
Muchas
familias que no tenían una posición acomodada aceptaron hipotecas sin darse
cuenta de que, cuando terminaran los años de tipos de interés bajos, sus amortizaciones
mensuales se dispararían repentinamente a niveles que no estarían en
condiciones de pagar. Los economistas convencionales no previeron la escala del
descalabro que se produciría a continuación, en parte porque no consiguieron
advertir que la gente estaba tomando decisiones visiblemente irracionales que
en última instancia les llevaría a perder sus hogares.
Información tomada del libro "50 Cosas que
Hay que Saber Sobre Economía", de Edmund Conway, Ed. Ariel.
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